Edición a medida

Cada editor, por más profesional que sea, tiene un modo personal de editar. O sea, una manera propia de leer. Como tú, por otra parte. Pero lo profesional es ponerse en el lugar de otro (¿el autor, el lector?) para despejar el camino entre el ojo que lee y la mano que escribe.

Los detalles que cuentan no son los mismos para todos

Entre el autor y el lector

Cuando se habla de que un manuscrito necesita un editing, en general se quiere decir, sobre todo, que hay que hacerle cortes, que sobran páginas y falta elipsis. Yo, sin embargo, no suelo tachar tanto como cambiar cosas de lugar. El capítulo 25 se convierte en el primero, éste es partido en dos y distribuido en el interior del texto, el desenlace se disimula páginas antes de que acabe el libro y de una escena perdida por el medio sale un final que funciona mejor.

Estas maniobras permiten a un asesino no ser descubierto antes de tiempo o a una historia fragmentada encajar bien todas sus piezas. Pero habitualmente acabo utilizando casi todo el material que el autor ha puesto en mis manos. No siempre es así, pero me gusta pensar que, al no haber muchos cortes, tampoco ha habido censura.

La verdad es que resulta asombrosa la cantidad de aspectos nuevos de cualquier historia que pueden revelar estos cambios de perspectiva sobre una anécdota y unos personajes que en cada versión son siempre los mismos. Yo mismo soy el primero en sorprenderme de los beneficios de esta práctica. Pero ¿existe una estructura ideal para cada relato o discurso?

Al fin y al cabo, no. Al igual que con las obras teatrales, siempre es posible otra puesta en escena, una nueva versión. Lo mejor sería poder adecuar cada obra a su lector, aunque incluso en nuestra época de impresiones a pedido y consumo inteligente sumamente individualizado parece un programa poco viable. Pero veamos.

Diálogo entre un poeta y un filósofo

Entre el ser y la nada

Un “ladrillo” de las dimensiones y la densidad de El ser y la nada puede hacer pensar que sólo una estructura lo bastante férrea como para mantener en pie un rascacielos alcanzaría para mantener semejante caudal de pensamiento dentro de un discurso coherente. Sin embargo, el propio Sartre, que no en vano era profe, sabía desmontar y remontar su mamotreto cuando la ocasión lo requería.

Un día se presentó en su despacho Jean Genet con el mencionado libro bajo el brazo. El poeta y ex ladrón consideraba al filósofo el hombre “más honesto” que conocía, de modo que fue al grano.

–Estoy leyendo su libro –anunció.

–¿Y qué tal? –sondeó el autor.

–Es difícil –admitió el lector.

Sartre era un hombre ocupado que siempre quería ayudar. De inmediato abrió su obra y, lápiz en mano, se puso a editar. Edición sin cortes, claro está: empiece por aquí, siga por acá, sáltese esto, retómelo después de aquello otro y así hasta haber organizado el recorrido de la obra completa más adecuado para el exigente autor de Las criadas.

Algunos días después volvieron a encontrarse y el pensador le preguntó si ahora le resultaba más claro.

–Por supuesto, ahora entiendo todo –fue la respuesta.

La anécdota se conoce, pero El ser y la nada que leyó Genet se perdió con él. Nos queda sin embargo una inquietud. ¿Era Genet tan singular que esa edición a medida sólo era buena para sus ojos? ¿O habría muchos lectores confundidos a los que hubiera convenido más que la publicada? O bien: ¿qué lector se hace oír entre un editor y un autor cuando una forma al fin se da por buena?

EJERCICIO

El estilo es el otro

“El estilo es el hombre al que uno se dirige”, dijo el psicoanalista francés Jacques Lacan. En efecto, todos adaptamos nuestro discurso a quien nos escucha.

¿Y a quien nos lee? Toma una pequeña anécdota cualquiera, inventada o ajena, y escríbela dos veces, dirigiéndote en cada una a un lector diferente. ¿Qué información privilegias en cada caso? ¿Qué das por sabido y te ahorras explicar? Un mismo argumento puede dar más de una historia, depende de a quién se lo cuentes.

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La novela de acción

Tienes una idea para una novela. Pero una novela no es una idea. Esa idea debe convertirse en argumento, o en argumentación. Porque hay dos grandes tipos de novela: la que ocurre en el mundo y la que ocurre en la cabeza. ¿Cómo quieres que sea la tuya?

La acción detallada: una secuencia precisa

Dos modelos de novela

El modelo más tradicional, y el que prefieren la mayoría de los lectores, es el de la novela que ocurre en el mundo: un relato con personajes activos a los que les pasan cosas, con un conflicto bien planteado, una intriga bien anudada y un desenlace que puede ser abierto, pero no dejar cabos sueltos.

El segundo modelo, más moderno pero hoy menos habitual, traslada lo esencial a la conciencia y se desarrolla en el interior de los personajes, cuyos conflictos no se resuelven a través de una aventura, sino de procesos mentales que conducen a alguna verdad, aunque esta no siempre se explicite.

Acción y pensamiento, sin embargo, tienen en común producir consecuencias. Son éstas las que orientan todo relato a su conclusión. Y llegar allí implica tanto actuar como pensar. El policial, al que atribuimos tanta acción, en sus inicios fue muy mental: tanto Dupin como Sherlock se enfrentaban a hechos consumados y su acción era explicarlos. A veces, sin moverse de una habitación.

La acción planificada: Storyboard de Taxi Driver

El tratamiento de la acción

En toda novela se piensa y se actúa, pero unas transcurren mayormente en un espacio mental y otras en el mundo tangible. Supongamos que quieres escribir lo que llamaremos una novela de acción. ¿Cómo hacer crecer tu idea hasta que sea un relato completo?

Aunque parezca tan concreta como la de Don Quijote (un lector de novelas de caballería enloquece y cree ser un caballero), una idea es algo abstracto. Y en cuanto baje a tierra aparecerán los obstáculos. No sabrás qué hacer con un personaje para el que la trama reclama atención. O no se te ocurrirá la frase con que uno persuade a otro. O no verás nada clara la escena del crimen. Como al viajar, lo que en el mapa se ve tan cerca, en el terreno parece alejarse.

Puedes dar un rodeo y eludir estos detalles. O tratarlos a la ligera, suponiendo que no son importantes. O convencerte de que nadie se fijará en ellos. Pero eso es desaprovechar, precisamente, las mayores fuentes de inspiración que se te ofrecen. Ya que es respondiendo a esos vacíos insistentes como tu hilo narrativo resultará bien trenzado y tus episodios se poblarán de situaciones convincentes, observaciones pertinentes e indicios reveladores.

A veces las ocurrencias vienen solas. Pero, si no, puedes servirte de un método. Consiste en detenerse en cada situación y construir la acción de cada personaje paso a paso. ¿Cómo se presenta ella en esa casa? ¿Cómo se viste? ¿Qué cuenta de sí misma y qué esconde? ¿Qué sabe de quien la recibe? ¿Qué impresión le causa el salón? ¿Qué novedad advierte al subir las escaleras? Cuanto más concretes cada momento, más sabrás de la situación, del personaje y de la historia. No hace falta escribir todo lo que descubras, pero así accederás a una inagotable fuente de acciones e imágenes convincentes y realistas, incluso si el tuyo es un relato fantástico.

Cuando colaboro en la escritura de una novela, creo que éste es uno de mis principales aportes al autor: preguntarle por los detalles de cada episodio y por cada paso que dan sus personajes para descubrir, así, lo que de verás está pasando en la historia, por debajo del resumen general del argumento. Esto lleva a imaginar todo el relato con precisión y profundidad crecientes, lo que permite traerlo a ojos del lector plenamente desarrollado y sin lagunas. Es una exploración que siempre sorprende, porque antes de hacerla nadie, ni siquiera el creador del argumento, sabe la riqueza que éste esconde en sus detalles.

EJERCICIO

LA ACCIÓN PASO A PASO

Aquiles nunca alcanzará a la tortuga: recorrerá la mitad del camino y antes la mitad de la mitad, y así al infinito. Tú, sin llegar tan lejos, puedes  indagar cualquier historia del mismo modo.

Elige una noticia, una anécdota, identifica sus distintas etapas, pregúntate por los detalles de cada una y por los nexos entre una y otra. Fíjate cómo encajan tus respuestas entre sí. Haz lo mismo con la historia completa y con cada escena. Cada vez sabrás más y comprenderás mejor lo que pasa allí. Y tu lector, cuando se lo cuentes, también.

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