La novela de acción

Tienes una idea para una novela. Pero una novela no es una idea. Esa idea debe convertirse en argumento, o en argumentación. Porque hay dos grandes tipos de novela: la que ocurre en el mundo y la que ocurre en la cabeza. ¿Cómo quieres que sea la tuya?

La acción detallada: una secuencia precisa

Dos modelos de novela

El modelo más tradicional, y el que prefieren la mayoría de los lectores, es el de la novela que ocurre en el mundo: un relato con personajes activos a los que les pasan cosas, con un conflicto bien planteado, una intriga bien anudada y un desenlace que puede ser abierto, pero no dejar cabos sueltos.

El segundo modelo, más moderno pero hoy menos habitual, traslada lo esencial a la conciencia y se desarrolla en el interior de los personajes, cuyos conflictos no se resuelven a través de una aventura, sino de procesos mentales que conducen a alguna verdad, aunque esta no siempre se explicite.

Acción y pensamiento, sin embargo, tienen en común producir consecuencias. Son éstas las que orientan todo relato a su conclusión. Y llegar allí implica tanto actuar como pensar. El policial, al que atribuimos tanta acción, en sus inicios fue muy mental: tanto Dupin como Sherlock se enfrentaban a hechos consumados y su acción era explicarlos. A veces, sin moverse de una habitación.

La acción planificada: Storyboard de Taxi Driver

El tratamiento de la acción

En toda novela se piensa y se actúa, pero unas transcurren mayormente en un espacio mental y otras en el mundo tangible. Supongamos que quieres escribir lo que llamaremos una novela de acción. ¿Cómo hacer crecer tu idea hasta que sea un relato completo?

Aunque parezca tan concreta como la de Don Quijote (un lector de novelas de caballería enloquece y cree ser un caballero), una idea es algo abstracto. Y en cuanto baje a tierra aparecerán los obstáculos. No sabrás qué hacer con un personaje para el que la trama reclama atención. O no se te ocurrirá la frase con que uno persuade a otro. O no verás nada clara la escena del crimen. Como al viajar, lo que en el mapa se ve tan cerca, en el terreno parece alejarse.

Puedes dar un rodeo y eludir estos detalles. O tratarlos a la ligera, suponiendo que no son importantes. O convencerte de que nadie se fijará en ellos. Pero eso es desaprovechar, precisamente, las mayores fuentes de inspiración que se te ofrecen. Ya que es respondiendo a esos vacíos insistentes como tu hilo narrativo resultará bien trenzado y tus episodios se poblarán de situaciones convincentes, observaciones pertinentes e indicios reveladores.

A veces las ocurrencias vienen solas. Pero, si no, puedes servirte de un método. Consiste en detenerse en cada situación y construir la acción de cada personaje paso a paso. ¿Cómo se presenta ella en esa casa? ¿Cómo se viste? ¿Qué cuenta de sí misma y qué esconde? ¿Qué sabe de quien la recibe? ¿Qué impresión le causa el salón? ¿Qué novedad advierte al subir las escaleras? Cuanto más concretes cada momento, más sabrás de la situación, del personaje y de la historia. No hace falta escribir todo lo que descubras, pero así accederás a una inagotable fuente de acciones e imágenes convincentes y realistas, incluso si el tuyo es un relato fantástico.

Cuando colaboro en la escritura de una novela, creo que éste es uno de mis principales aportes al autor: preguntarle por los detalles de cada episodio y por cada paso que dan sus personajes para descubrir, así, lo que de verás está pasando en la historia, por debajo del resumen general del argumento. Esto lleva a imaginar todo el relato con precisión y profundidad crecientes, lo que permite traerlo a ojos del lector plenamente desarrollado y sin lagunas. Es una exploración que siempre sorprende, porque antes de hacerla nadie, ni siquiera el creador del argumento, sabe la riqueza que éste esconde en sus detalles.

EJERCICIO

LA ACCIÓN PASO A PASO

Aquiles nunca alcanzará a la tortuga: recorrerá la mitad del camino y antes la mitad de la mitad, y así al infinito. Tú, sin llegar tan lejos, puedes  indagar cualquier historia del mismo modo.

Elige una noticia, una anécdota, identifica sus distintas etapas, pregúntate por los detalles de cada una y por los nexos entre una y otra. Fíjate cómo encajan tus respuestas entre sí. Haz lo mismo con la historia completa y con cada escena. Cada vez sabrás más y comprenderás mejor lo que pasa allí. Y tu lector, cuando se lo cuentes, también.

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El personaje y la trama

¿Cómo se construye un personaje? ¿Cómo se teje una trama? Seguramente te has hecho estas preguntas más de una vez. No deja de ser un misterio, hasta para el autor más experimentado. Tiene algo de nacimiento.

La expresión que deja huella

El personaje se crea a sí mismo

Se enseñan fórmulas y técnicas, como esas fichas que permiten reunir hábitos, rasgos y conductas en un retrato coherente, que así se ajustará como un guante al rol que cumple en el argumento. Por ejemplo, José, de 50 años, es agente inmobiliario, está casado, tiene dos hijos y una amante de la edad de sus hijos. Le gustan el whisky y la vida nocturna, pero también el golf y los veleros. Etcétera, etcétera. Siempre se pueden agregar nuevos detalles, pero ¿qué de todo esto nos lleva a interesarnos en la historia de José?

Quizás nada o muy poco. Incluso puede que tanta información, circunstancial, no haga más que ocultarnos lo que importa. Es necesario en cambio ir al grano. Al corazón del personaje. Porque es ahí, además, donde suele anidar la historia que estamos tratando de contar.

El corazón en un cofre

Habrás observado que muchas novelas, sobre todo clásicas, tienen como título el nombre de su protagonista. Don Quijote, Madame Bovary y Anna Karenina narran la historia de cada uno de ellos. Eso quiere decir que el argumento, antes de desarrollarse a lo largo de 300, 500 u 800 páginas, se encuentra latente en su interior. No en vano se dice que el destino está en el carácter. Si pensamos en qué define a un personaje, en lugar de multiplicar datos circunstanciales como los que suelen llenar las fichas, pronto nos habremos concentrado en lo esencial y sabremos qué tenemos para descubrirle al lector.  

Pero lo que define a un personaje no es un simple adjetivo. Por el contrario, es su núcleo activo: aquello que lo pone en acción. A veces un adjetivo lo expresa: El avaro, de Molière. Pero lo importante es cómo esa avaricia determina la historia entera y su significado último. Hay enamorados en esta comedia, pero cuando al protagonista le roban su cofre comprendemos que en ese universo no hay pasión comparable a la suya por el oro.

La trama es el personaje en acción

No hace falta un montón de datos para poner el motor en marcha. Basta con un solo rasgo, pero hay que imaginar sus consecuencias. ¿Cómo activar esa bomba de tiempo? Si conocemos sus resortes, no es tan difícil. Iago sabe muy bien qué hacer con Otelo. Una vez arrojada la piedra al lago, el conflicto crece casi solo. Pero también los personajes, determinados por esta historia que convertirá al protagonista en lo que estaba llamado a ser.

Al comienzo, es sólo algo así como una inclinación fatal. Cuando la siga, ya se salve o se hunda, el personaje se irá construyendo a sí mismo con la trama que emana de él. De ahí el suspenso, que no viene de la acumulación de características o de desconocer el final sino de que un destino está en juego. ¿Qué le pasa al personaje? ¿Qué será de él, o de ella? Esto es lo que hay que preguntarse al empezar el relato, para que luego se lo pregunte el lector.

EJERCICIO

De un carácter a un destino

Al Avaro le roban su riqueza. Don Quijote es derrotado y recupera la razón. Edipo encuentra al asesino de su padre y se pierde.

Imagina un rasgo de carácter que defina a tu protagonista y el destino que corresponde a ese rasgo. Imagina el recorrido de un punto a otro, los encuentros y los obstáculos. El carácter de tu personaje es el planteo y su destino el desenlace. Pero debes tramar bien el nudo para tener un argumento completo.

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