La escaleta flexible

Cómo planificar tu novela con rigor y libertad

Antes de empezar a escribir es mejor definir el argumento: tener un planteo, un nudo, un desenlace y una serie de pasos establecidos que lleven de uno a otro. El problema es que a medida que escribas irás descubriendo muchos aspectos de tu historia que no habías previsto y debes incluir. ¿Cómo hacerlo sin destruir tu escaleta ni enmarañar tu relato?

La estrategia no se traza sobre el campo de batalla

El mapa y el territorio

El desarrollo de la escaleta es un paso casi obligado en el proceso de escritura de una novela, tal como en general se enseña en escuelas y talleres. Ofrece muchas ventajas, pero la principal es que permite adentrarse en el territorio de la novela imaginada con un mapa que permite no perderse y debería, sobre todo, impedir estancarse.

Sin embargo, suele ocurrir lo contrario: conminado a cumplir con las sucesivas etapas de la secuencia de escenas, el escritor se bloquea. Más de un novelista en ciernes, incapaz de superar la prueba, reniega de la escaleta como de una cadena no de episodios sino para el escritor y se lanza sin brújula por su camino. Lo habitual es que pierda su meta.

¿Cómo evitar la rigidez de lo planificado a la vez que el caos de la falta de plan? Combinando ambas opciones. No es sabio lanzarse al mar abierto sin brújula ni rumbo, pero también sería necio no explorar las misteriosas costas que inesperadamente salen a nuestro encuentro. Al escribir es igual: debes seguir tus impulsos, pero ¿arrojarías al fuego un mapa en medio de un viaje a cuya destino no quieres renunciar?

Las etapas de un viaje literario

Ten siempre en tu mente Ítaca

La escaleta no es una ley, sino un arma. Y está en tus manos. En ella no sólo tienes resumida tu historia como secuencia de episodios, sino también definido el sentido de tu fábula. Pero a medida que escribes y profundizas en tu relato, irás aprendiendo cosas sobre los personajes, sus relaciones y la trama que no podías prever al empezar. Debes incorporarlas a tu novela, pero no dejar que te confundan o perjudiquen el conjunto. ¿Cómo hacer?

Es aquí cuando la escaleta resulta especialmente útil. Porque es en ella, no en el texto que escribes, que debes realizar las correcciones, al igual que un piloto cuando cambia de rumbo. En lugar de aventurarte a ciegas detrás de una idea o un personaje nuevos, debes hacerlo a conciencia, integrándolos en el conjunto y ubicándolos en su justo sitio. Lo que es mucho más fácil de hacer si dispones de un mapa.

¿Qué pasa cuando la escaleta nos bloquea? Que no hemos pensado nuestra historia a fondo y por eso ofrece resistencia. Pero es mucho más fácil vencerla cuando aún no es una enorme masa de texto, sino un pequeño y ordenado resumen. En lugar de lanzarse a escribir ansiosamente fuera de todo esquema, vale más replantearse la secuencia de episodios y su sentido. Comprendido el problema, es mucho más fácil hallar una solución acertada.  

Como Ulises al volver de Troya, por más peripecias que enfrentes ten siempre en tu mente Ítaca. Si el rumbo es firme, los desvíos se convierten en digresiones. Con un mapa claro, aunque lo aumentes y corrijas mil veces, no te perderás. Y tu novela llegará al desenlace.  

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Edición a medida

Cada editor, por más profesional que sea, tiene un modo personal de editar. O sea, una manera propia de leer. Como tú, por otra parte. Pero lo profesional es ponerse en el lugar de otro (¿el autor, el lector?) para despejar el camino entre el ojo que lee y la mano que escribe.

Los detalles que cuentan no son los mismos para todos

Entre el autor y el lector

Cuando se habla de que un manuscrito necesita un editing, en general se quiere decir, sobre todo, que hay que hacerle cortes, que sobran páginas y falta elipsis. Yo, sin embargo, no suelo tachar tanto como cambiar cosas de lugar. El capítulo 25 se convierte en el primero, éste es partido en dos y distribuido en el interior del texto, el desenlace se disimula páginas antes de que acabe el libro y de una escena perdida por el medio sale un final que funciona mejor.

Estas maniobras permiten a un asesino no ser descubierto antes de tiempo o a una historia fragmentada encajar bien todas sus piezas. Pero habitualmente acabo utilizando casi todo el material que el autor ha puesto en mis manos. No siempre es así, pero me gusta pensar que, al no haber muchos cortes, tampoco ha habido censura.

La verdad es que resulta asombrosa la cantidad de aspectos nuevos de cualquier historia que pueden revelar estos cambios de perspectiva sobre una anécdota y unos personajes que en cada versión son siempre los mismos. Yo mismo soy el primero en sorprenderme de los beneficios de esta práctica. Pero ¿existe una estructura ideal para cada relato o discurso?

Al fin y al cabo, no. Al igual que con las obras teatrales, siempre es posible otra puesta en escena, una nueva versión. Lo mejor sería poder adecuar cada obra a su lector, aunque incluso en nuestra época de impresiones a pedido y consumo inteligente sumamente individualizado parece un programa poco viable. Pero veamos.

Diálogo entre un poeta y un filósofo

Entre el ser y la nada

Un “ladrillo” de las dimensiones y la densidad de El ser y la nada puede hacer pensar que sólo una estructura lo bastante férrea como para mantener en pie un rascacielos alcanzaría para mantener semejante caudal de pensamiento dentro de un discurso coherente. Sin embargo, el propio Sartre, que no en vano era profe, sabía desmontar y remontar su mamotreto cuando la ocasión lo requería.

Un día se presentó en su despacho Jean Genet con el mencionado libro bajo el brazo. El poeta y ex ladrón consideraba al filósofo el hombre “más honesto” que conocía, de modo que fue al grano.

–Estoy leyendo su libro –anunció.

–¿Y qué tal? –sondeó el autor.

–Es difícil –admitió el lector.

Sartre era un hombre ocupado que siempre quería ayudar. De inmediato abrió su obra y, lápiz en mano, se puso a editar. Edición sin cortes, claro está: empiece por aquí, siga por acá, sáltese esto, retómelo después de aquello otro y así hasta haber organizado el recorrido de la obra completa más adecuado para el exigente autor de Las criadas.

Algunos días después volvieron a encontrarse y el pensador le preguntó si ahora le resultaba más claro.

–Por supuesto, ahora entiendo todo –fue la respuesta.

La anécdota se conoce, pero El ser y la nada que leyó Genet se perdió con él. Nos queda sin embargo una inquietud. ¿Era Genet tan singular que esa edición a medida sólo era buena para sus ojos? ¿O habría muchos lectores confundidos a los que hubiera convenido más que la publicada? O bien: ¿qué lector se hace oír entre un editor y un autor cuando una forma al fin se da por buena?

EJERCICIO

El estilo es el otro

“El estilo es el hombre al que uno se dirige”, dijo el psicoanalista francés Jacques Lacan. En efecto, todos adaptamos nuestro discurso a quien nos escucha.

¿Y a quien nos lee? Toma una pequeña anécdota cualquiera, inventada o ajena, y escríbela dos veces, dirigiéndote en cada una a un lector diferente. ¿Qué información privilegias en cada caso? ¿Qué das por sabido y te ahorras explicar? Un mismo argumento puede dar más de una historia, depende de a quién se lo cuentes.

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